A un clic de distancia: trámites, el lujo de no estar ahí

Hubo un tiempo, y no fue hace tanto, en el que para pedir una partida de nacimiento había que tomarse un colectivo, hacer una fila, esperar al que “falta volver de almorzar”, rogar que el archivo no estuviera “en digitalización” y, con suerte, volver otro día con el papel en la mano. Todo eso… en tu propia ciudad.

Hoy, en cambio, muchos trámites los hacemos a cientos o miles de kilómetros. Mandamos un mail a una comuna en Italia, o un WhatsApp a una oficina pública en Argentina. Pedimos un certificado, lo retira un delegado, un primo o un gestor, y en cuestión de días o semanas, y con suerte sin que nadie pierda la compostura, el trámite se resuelve. Sin vuelos, sin jet lag, sin cambiar de hemisferio.

Vivimos en una época extraordinaria, aunque parezca una obviedad. Poder pedir un documento a través de internet, que alguien lo imprima, lo firme, lo escanee o lo mande por correo… parece un mínimo, pero es una maravilla. Un milagro moderno al que ya nos malacostumbramos.

Y sí, a veces tarda. A veces esperamos una semana que alguien nos responda. A veces se nos hace eterno ese seguimiento del Correo que dice “en tránsito internacional” durante diez días. Pero antes, ¿cuánto costaba hacer ese mismo trámite? ¿Cuánto tiempo, cuánto dinero, cuánta logística? Si lo pensamos fríamente: un pedido que hoy cuesta diez minutos de escritura y un PDF adjunto, antes costaba un pasaje, una valija y días o meses de tu vida.

Cuando todo tarda cinco minutos… y cinco días es una eternidad

Nos cuesta esperar. Y no es culpa nuestra: nos educaron algoritmos que nos responden al instante, mensajes que llegan con doble tilde azul, y apps que nos muestran si el delivery ya salió del restaurante. Vivimos tan rodeados de inmediatez que cualquier demora, por más lógica que sea, se nos hace un mundo.

Y ahí estamos, chequeando el correo cada hora para ver si llegó la partida, refrescando la bandeja de entrada como si eso hiciera que el mail se escriba más rápido del otro lado. O abriendo por quinta vez en el día la página del Correo Argentino, para ver si el sobre se movió medio kilómetro más cerca de casa.

Pero ¿y si nos tomamos un segundo? ¿si tomamos distancia y vemos el cuadro completo?

Hay trámites que antes hubieran sido impensados sin viajar. Hoy, con un par de clics, una clave fiscal o un usuario en un portal de servicios, los hacemos desde el sillón. No pedimos favores, no molestamos a nadie, no necesitamos ni siquiera saber en qué parte del mundo está el documento. Lo buscamos, lo generamos, lo imprimimos. Y si hace falta, alguien lo valida y lo manda.

La ansiedad nos empuja a pensar que algo tarda “demasiado” porque no es inmediato. Pero si ese “demasiado” son dos semanas… ¿cuánto nos habría llevado antes, entre pasajes, estadías y esperas en ventanilla?

La distancia ya no es lo que era

“¿Te puedo pedir un favor?”
Con esa frase arrancan cientos de historias cada semana. Porque detrás de cada trámite exitoso a la distancia, casi siempre hay alguien más: una prima que pasa a buscar el certificado por el registro civil, un amigo que imprime el formulario y lo lleva a firmar, un gestor que recibe la documentación, la revisa y la presenta como si fueras vos. No están al lado tuyo, pero están para vos.

Antes, pedir algo desde otro país era una odisea, cartas que demoraban meses (¡si llegaban!). Hoy, basta con una llamada por WhatsApp, un audio con instrucciones claras, o un PDF enviado por email. Las barreras geográficas existen, pero son mucho más livianas.

Y sin embargo, tendemos a olvidarlo. Nos centramos en lo que falta: en ese sobre que no llega, en ese turno que tarda semanas, en la espera. Pero dejamos de lado todo lo que no tuvimos que hacer: no viajamos, no perdimos días de trabajo, no gastamos miles en pasajes ni hoteles. La burocracia se volvió digital… y mucho más llevadera.

Y cuando el trámite puede hacerse completamente online, es un lujo. No se lo pedimos a nadie. Ni siquiera al azar. Lo hacemos, lo mandamos, y si todo sale bien, lo recibimos. Sin movernos del escritorio. ¿Cómo no valorar eso?

La espera que vale la pena

En un mundo donde nos enojamos si una app tarda tres segundos en cargar, la ansiedad burocrática es casi inevitable. Queremos todo ya. Y sin embargo, cuando bajamos un cambio y vemos el cuadro completo, notamos que estamos protagonizando un pequeño milagro moderno: conseguir un documento, iniciar un trámite o resolver una gestión desde miles de kilómetros, con apenas unos clics, algunas llamadas… y la ayuda generosa de quienes nos tienden la mano desde allá.

Claro que lleva tiempo. Pero, ¿cuánto tiempo nos hubiera llevado hacerlo en persona? ¿Cuánto hubiésemos gastado en vuelos, hoteles, traslados? ¿Cuánta energía emocional? Hoy, muchos de esos viajes se ahorran. Y lo que antes parecía imposible, ahora es rutina. Una rutina que merece ser celebrada, incluso en su lentitud.

Porque detrás de cada sobre enviado, de cada pantalla con un “trámite en curso”, hay un deseo profundo: construir, avanzar, reclamar lo que nos corresponde. Y si se logra sin despegar los pies del suelo donde estamos, entonces sí: estamos aprovechando lo mejor de dos mundos.

¿Te pasó algo parecido?
¿Tenés una historia de trámites a la distancia, favores que cruzaron océanos o burocracias que (milagrosamente) funcionaron? Nos encantará leerte en los comentarios.
Y si estás en medio de un trámite y no sabés por dónde seguir, escribinos. En Sherman no tenemos la varita mágica, pero sí la experiencia y las ganas de ayudarte.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *