Turismo fotográfico: cuando viajar es encuadrar

Estás en la cima de una colina, el viento te acaricia la cara, la naturaleza invade tus sentidos, un silencio apenas interrumpido por un cencerro a lo lejos. Te girás para compartir el momento con tu amigo… pero él no está. Está dos metros más atrás, girado en dirección contraria, haciendo equilibrio con el celular para encontrar el ángulo perfecto de la nada.

Y ahí pensás: ¿viajamos para ver o para mostrar que estamos viendo?

Bienvenidos al mundo del turismo fotográfico. Donde el viaje empieza cuando cargás la batería y termina cuando subís la última historia.

Instagram lo hizo

No vamos a mentirnos: todos sacamos fotos. Es lindo capturar momentos, recordar lugares, compartir con los que están lejos. Pero en algún momento pasamos de la foto como recuerdo a la foto como destino. De buscar experiencias a buscar encuadres.

Y ahí se nos desdibuja el viaje.

Hoy, el recorrido se arma en base a lo que vimos en las redes:
“Mirá esta cascada, la vi en Instagram.”
“¿Y si vamos a este café de Lisboa? Vi una foto re linda.”
“Este lugar da unas fotos para feed que ni te cuento.”

No está mal, ojo. Pero a veces se nota que la gente ya no va por el café, ni por la cascada. Va por la foto. Se queda cinco minutos, encuadra, click, selfie, y se va. ¿Y el café? Frío. ¿La cascada? Ni la escucharon.

Mostrar, más que vivir

En las ciudades más turísticas del mundo ya se ven las señales:

  • “Prohibido hacer fotos con trípode.”
  • “Zona no apta para reels.”
  • “Por favor, no te trepes a nuestra estatua de 300 años solo para hacer un TikTok.”
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Y es que lo visual manda. Si no hay foto, no cuenta. Si no se sube, no existió.
¿Pero qué pasa si ese afán de registrar termina reemplazando el viaje en sí?

He visto personas caminar por el Coliseo sin mirar para arriba ni una sola vez. Solo iban revisando las fotos que ya habían sacado. Es como ir al cine y mirar solo el tráiler.

La cámara como filtro

Hay algo interesante en esto: cuando viajás con una cámara, ves distinto. Buscás ángulos, luces, sombras, momentos. Tu mirada se vuelve más atenta, más técnica. Pero eso también puede ser una trampa.

Porque si todo el tiempo estás pensando en la foto, el “ahora” pasa a segundo plano.
Y cuando volvés a casa y mirás las fotos, decís: “Qué lugar hermoso… ¿pero me acuerdo cómo olía?”
“¿Con quién estaba ese día?”
“¿Probé ese plato o solo le saqué una foto?”

El registro tiene valor

No vamos a demonizar nada. Las fotos también tienen su magia.

Gracias a ellas recordamos cosas que creíamos olvidadas. Una imagen te lleva a un momento, una charla, un ruido de fondo, una risa. Y si sabés mirar con el corazón, como decía Saint-Exupéry, una foto es mucho más que una postal.

Además, hay quien hace arte, quien documenta con respeto, quien saca fotos para emocionar. Y eso también es viajar. Es otro tipo de viaje, el punto está en que no debemos dejar de vivir la experiencia aunque tomemos fotos.

¿Y si buscamos el equilibrio?

No se trata de dejar la cámara ni renunciar a las redes. Se trata de saber cuándo sí y cuándo no.

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Bajá el celular en la primera vista. Mirala. Sentila. Escuchala.
Después, si querés, sacá la foto.
Y si podés, contá la historia que hay detrás, pero no ahora, la foto no se va a evaporar, espera a tener un momento para eso, y ahora disfruta del lugar.

Una buena foto sin historia, es solo eso: una linda imagen más. Una historia real, vivida, tiene un peso que ninguna app puede replicar.. pero necesitamos vivir el momento para tener esa historia.

Algunas preguntas que me hago cuando viajo (y que quizás te sirvan)

  • ¿Estoy disfrutando o solo “documentando”?
  • ¿Estoy solo en este lugar para tener una foto?
  • ¿Qué más me está pasando que no entra en el encuadre?
  • ¿Me acordaré de esto aunque no lo suba a Instagram?

Sobre todo la primer pregunta es importantisima, no dejes de conocer lugares ni dejes de disfrutar el momento por la obligación de tomar una foto o escribir un post. Alguna vez, considera salir sin la cámara y solo hacer la actividad, conectar con el lugar, asombrarse y aprender (si, ya se, todos los celulares hoy en día tienen cámara, obviemos esta parte)

Una reflexión importante

Hay una frase que me repito cada vez que viajo con la cámara o el celular en la mano:
“Sacar una foto no te convierte en fotógrafo, como manejar no te convierte en piloto.”
Y no lo digo con soberbia, sino con cariño. Porque hoy todos tenemos acceso a herramientas increíbles —una cámara que cabe en el bolsillo, filtros que embellecen todo, apps que corrigen lo que haga falta—, pero eso no garantiza que estemos capturando algo valioso —o que tengamos buen criterio—.

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El mundo está lleno de imágenes, pero no todas dicen algo. A veces, menos es más. Un par de fotos bien pensadas valen más que cien clicks.

Y sobre todo, hay algo que la cámara no puede hacer por vos: sentir.
Sentir la brisa, perderte en una conversación con un local, o simplemente sentarte a mirar cómo cae el sol.
Porque ahí está la clave: primero conectá con el momento, después —si querés— capturalo.

Una foto sin alma es solo un archivo. Pero una imagen que revive una emoción, esa… esa sí que vale la pena.

Y vos, ¿qué hacés cuando viajás?

¿Sos de los que sacan mil fotos? ¿O preferís absorber con los ojos y dejar el celular guardado?
¿Tenés alguna imagen que te recuerde un momento imborrable?

Contanos abajo.
Porque, después de todo, la mejor foto es la que queda en la memoria.

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